Ya está muy cercana la celebración que cada año hacemos los mexicanos para recordar a nuestros seres queridos que han muerto. ?
El día de los muertos nos brinda una oportunidad de honrar en familia a aquellos miembros que han fallecido y también de estrechar nuestros lazos de confianza y unidad.
Ésta celebración, varia y se extiende en motivos y significados por distintos países de América Latina, siendo la nuestra una de las más conocidas por la creencia de que a través del arco puesto en nuestros altares y que separa al mundo de los vivos, del de los muertos,
los espíritus de nuestros difuntos vendrán de visita para regocijarse al encontrar sus fotos, su comida y objetos favoritos, como la muestra de que continuan vivos en nuestro recuerdo y nuestro corazón.
Es hermoso pensar en estas tradiciones y creencias con un origen tan antiguo, que han pasado de generación en generación; y de las cuales se han escrito libros y producido películas, que llevan el afán y la misión de perpetuarlas y mantenerlas vivas. Sin embargo, lo más importante de estas fechas sería ponernos de cara a nuestra propia finitud, de cara a nuestra propia muerte y así, poder vivir honrando y recordando a nuestros seres queridos con una vida en paz con los muertos, pero sobre todo en paz con los vivos.
En los últimos dos años, que la muerte cobró tantas vidas de forma súbita, dolorosa y sin oportunidad de poder despedirnos de los que amamos debido a la pandemia de
COVID-19, nuestras vidas se vieron alteradas, tanto como nuestra forma de morir. Por lo tanto, es preciso promover las ceremonias íntimas y las conmemoraciones dentro del núcleo familiar para suavizar las pérdidas y enfrentar nuestros duelos de forma cálida y amorosa.
“Una de las experiencias más dolorosas para el ser humano es la separación definitiva de aquellos a quienes ama”; y por eso el momento de perderlos y despedirlos, debería ser único y memorable.
Es preciso, resignificar esta fecha tan especial, para vivirla de forma que nos ayude a resurgir y nos brinde la fortaleza para seguir adelante.
Aprender a decir adiós, por más doloroso que sea, es parte de crecer y madurar. Cuando logramos integrar a nuestros seres queridos que han fallecido como parte importante de nuestra vida y nuestra historia, somos capaces de aventurarnos y arriesgarnos a vivir la vida con entrega y también con la conciencia de que no viviremos por siempre, y que lo más valioso que podemos dar a quienes nos rodean es nuestro hacer cotidiano, nuestro trabajo de todos los días, el amor y la aceptación incondicional a quienes nos rodean y por supuesto nuestra actitud ante la vida.
De la misma forma, si buscamos dentro de nosotros, encontraremos que nuestros seres queridos que han muerto, nos han dejado lo necesario para continuar caminando sin ellos, aunque duela, aunque genere pesar, incertidumbre y resistencia. Su vida fue real, su entrega fue digna del amor que nos tuvieron y con esa energía atesorada en nuestro ser, no sólo
esperaremos su visita una vez al año, sino que los llevaremos con nosotros en cada proyecto, en cada nuevo miembro de la famiia, en el servicio y el amor incondicional entregado al prójimo; y sobre todo en una vida, vivida a plenitud, con el sentido más profundo que da perder el temor a la muerte, para ¡atrevermos a encarar el miedo a la vida y al amor, viviendo!
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Pérdida y Duelo, Tanatología, Día de Muertos